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Una fecha señalada

Es raro sobrevivir a gente querida. Pensar en personas que ya no están. Sentirlas tan cerca que incluso puedes escuchar su risa. Su voz. Pero, sucede. Ayer, por ejemplo. Era mi santo. No soy una persona religiosa, pero me gusta celebrarlo. Es bonito saber que hay un día para las personas que se llaman como una. Me evoca recuerdos bonitos. Voy a contarte uno. Mi abuela materna también se llamaba Virginia y, durante los cuatro años que conviví con ella, y con mi abuelo, lo celebrábamos juntas. Recuerdo una anécdota que espero no se me borre jamás. Yo regresaba de la universidad, cargada de libros y de estrés. Al llegar a su casa, me pareció verlos serios. Su saludo fue seco. Extrañada, dejé las cosas en mi habitación y me reuní con ellos en el salón. Allí estaban los dos, mirándome con el ceño fruncido y el gesto enfadado. Sobre la mesa, un ramo de flores. Inmenso. Coloreado. Perfumado. ¡Una maravilla! Empezó un interrogatorio: que quién me lo había enviado, que yo estaba en Barcelona para estudiar una carrera y no para perder el tiempo con chicos, que qué vergüenza, que les debía un respeto, y así un largo etcétera. Aluciné bastante, la verdad. Mientras proyectaban en mí sus peores sospechas y miedos, vi una diminuta pinza roja que sujetaba un sobre blanco. En él estaban escritos mi nombre y apellidos. Lo abrí y saqué de su interior una tarjeta en la que se leía «Para las dos Virginias». Sonreí, lo cual no hizo sino agravar la situación. No articulé palabra alguna, simplemente les enseñé la tarjeta. Enmudecieron. Aquel ramo lo enviaban mi madre y mi padre. ¡No un novio con el que fuera a fugarme y embarazarme! Puedes imaginarte sus caras cuando comprendieron su error. También las risas. Aquella anécdota pasó a narrarse cada 21 de mayo. Me gusta evocarla. Contarla. Y constatar que, aunque ni mis abuelos ni mi madre estén conmigo en este señalado día de mayo, este recuerdo permanece conmigo. Impertérrito. Ajeno al paso del tiempo. Para acabarlo de redondear, sigo recibiendo muestras de cariño, de mi mujer, de mi padre. Aunque esté confinada, me siento muy afortunada. Espero que tú también tengas momentos así. En los que tocas el cielo.

Desde aquí, ¡un beso a todas las Virginias cuyo santo coincide con el mío!

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Publicado en Escritura Historia real Mujeres

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