
Esta semana he sumado vida. En los tiempos que corren, ¡es un regalo! Una persona muy querida, Quico Gusi, siempre me decía que hay que llenar los años de vida, y no la vida de años. No siempre es fácil. No es ningún secreto que, después de un año de pandemia, los ánimos están tocados. Algunos días es difícil no estar decaída, apática, triste. Gana el gris, incluso el negro. Otros, ganan la esperanza, la ilusión, las ganas de salir del agujero para escalar cimas. ¡Las más altas!
Lo que estamos viviendo nos está dejando huella. Se pega a nosotros como lo hace la resina. Desprenderse de esta sensación de callejón sin salida, ¡cómo cuesta! Pero hay una salida. Lo sabemos. Solo es cuestión de tiempo. Aunque, es justo reconocerlo, los últimos doce meses parecen una eternidad. Nos falta la calidez de un abrazo, la intimidad de una confidencia entre amigos, la alegría de una fiesta. ¡Hasta los empujones en el metro! Todo ha quedado entre paréntesis a la espera de un futuro que lo permita. Que nos devuelva lo que era nuestro. Lo que no sabíamos que teníamos. Hasta que lo perdimos.
Mientras tanto, la vida sigue su curso. Y con cada año cumplido, desaparecen personas en el camino. Algunas lo hacen para siempre, porque su reloj interno ha dicho basta, porque existían diferencias irreconciliables, o porque las circunstancias han cambiado. Otras permanecen, convertidas en pilares fundamentales. Y hay quien aparece de repente, cuando no le esperabas. Cuando creías que todas las cartas estaban ya echadas. Y así, lo que sucede alrededor de un cumpleaños se convierte en una herramienta de medición sobre nuestra vida. El cariño recibido antes, durante o después de esa fecha, indica si somos o no invisibles. Si dejamos o no huella en los demás. Si esta es buena. Tanto como para merecer que se acuerden de ti. Que se tomen un tiempo para felicitarte. No importa si es días más tarde. Semanas, incluso. Lo crucial es que, en algún momento, te tengan presente. Y que, al hacerlo, la gente sonría. Estoy convencida de que no existe nada mejor que dejar un buen recuerdo en los demás. Una sonrisa. Si son varias, ¡mejor!
No he conocido a nadie cuya vida sea un camino de rosas. Siempre, en algún momento, la tierra se abre bajo los pies. Negar esto, es no entender nada en absoluto. Por eso es importante tratar bien a los demás. Con respeto. Intentarlo al menos. Hay quienes viven circunstancias espantosas y, sin embargo, tienen un brillo en los ojos único. Lo he visto. Otras personas se hunden sin remedio. Cavan y cavan con tanto ahínco, que desaparecen de la superficie. También hay quienes parecen tenerlo todo a su favor. Despiertan terribles envidias cuando, en realidad, albergan una profunda soledad en su interior. No es fácil caminar por la vida. Por eso es tan importante rodearnos de personas que valgan la pena. Que sumen y no resten. Que tengan la mano tendida y no el puño cerrado.
Del mismo modo que nuestra gente quita o pone, también lo hacen nuestras elecciones de entretenimiento. Lo que leemos, vemos, o escuchamos, tiene un gran peso en lo que somos. En nuestro estado de ánimo. No es lo mismo apagar el televisor (el ordenador, la radio, el iPod, la Tablet, el móvil) con una sonrisa, que hacerlo con el estómago encogido y los ojos enrojecidos. Siempre habrá gente masoquista a la que le guste infligirse daño, por supuesto. Para gustos, ¡colores! Hay quienes afirman que sufrir a través de personajes ficticios permite sacar lo que nos oprime el pecho. Expresarlo. El problema viene cuando algo se convierte en tendencia. Entonces conviene analizarlo. En los últimos años, se han creado innumerables mundos apocalípticos. Oscuros. Desgarrados. Trastornados. Antes esto era algo exclusivo de Antena 3 y Telecinco, pero ahora basta con darse un paseo por las principales plataformas cinematográficas para comprobar el auge que están teniendo este tipo de películas y series. Violadores múltiples, virus letales, asesinos en serie, dominación robótica, gobiernos dictatoriales, planetas alternativos inhóspitos, etc. ¡Hay dónde elegir! Lo peor de todo, es que acostumbran a posicionarse entre los títulos más vistos. Cuanto más llamativo, mejor. ¿La fórmula del éxito? Altas dosis de sangre, violencia, acción y tortura mental. Pero existe un problema, hace mella en la salud mental. Al igual que lo hacen las personas tóxicas. Y si tenemos en cuenta que el estado de ánimo planetario está tocado, quizá conviene preguntarse si es conveniente cavar todavía más. A este paso, acabaremos como los personajes de Delicioso suicidio en grupo, de Arto Paasilinna.
Hace bastantes años, a la actriz Michelle Pfeiffer le propusieron protagonizar la película El silencio de los corderos. Rechazó el papel. ¡Sin dudarlo! Lo protagonizó Jodie Foster y la catapultó a la fama. Ganó muchos premios. Visto el resultado, tacharon a Michelle de loca, de inconsciente. En una entrevista reciente, explicó el motivo de su rechazo: «Había mucha maldad en esa historia. El mal ganaba porque, en cierto modo, (Lecter) se salía con la suya». Como ella, muchos actores y actrices se han negado a ser cómplices de historias oscuras. No todo vale. Al menos, no para todo el mundo. Aunque parezca que sí. Aunque se diga «bah, si es solo ficción». No lo es. Deja huella. Es así. Si el mundo fuera un lugar de ensueño en el que todo es de color de rosa, quizá sería divertido, o al menos entretenido, sumergirse en algo distinto. Pero no lo es. Aquí se sufre. Y mucho. ¿Qué necesidad hay de añadir todavía más leña al fuego?
Al principio se cumplen años casi sin darse cuenta. El tiempo sucede y la vida parece un folio en blanco sobre el que dibujar cualquier historia. Creemos que utilizamos un lápiz, cuyo rastro borraremos con una goma si nos equivocamos, cuando, en realidad, escribimos con tinta. Es posible hacer tachones y empezar de nuevo, pero nada desaparece. Ni los triunfos ni las derrotas ni los errores ni los aciertos. Todo permanece. Al menos, mientras tengamos memoria mental y emocional. Por eso es importante elegir bien. Rodearse bien. Quererse. Cuidarse. Aunque a veces cueste abrir los ojos a la verdad, aunque cueste soltar. Si quieres ser medianamente feliz, o al menos no ahogarte en el intento, acércate a la gente buena. La que suma y no resta. Esa que te provoca sonrisas más allá de la fecha en que naciste. Durante los 365 días del año. Atrévete a ser exigente. De ello depende, en gran medida, tu buena salud mental. Y no le des cuerda al lado oscuro de la vida, ¡de por sí ya es bastante larga! Tardé en aprenderlo, pero a mí me funciona. Así que llena tus años de vida, de aficiones sanas, y también de personas con las que merezca la pena compartir el camino. Sin mi gente, estaría perdida. Gracias, de corazón.
«Hace algunos años que intento que la gente que pasa por mi vida, ya sea un rato, una merienda, unos vinos o mucho tiempo, se vaya mejor —o al menos no peor— que cuando llegó.» Patricia Benito
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