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Las llaves de una vida

Nunca se me había roto una llave. Es más, ni se me había ocurrido que el metal pudiera partirse así, sin más. Lo aprendí el otro día, cuando regresaba del supermercado con el carro a tope y los brazos cansados. Metí la llave en la cerradura de la portería, giré la mano y empujé la puerta mientras estiraba del carro. ¡Crac! Ante mí, la llave sin punta. ¡Socorro! Me temí lo peor: ¿y si estaba en el interior de la cerradura?, ¿habría estropeado el mecanismo de apertura? Sentí un escalofrío al pensar en la reacción del vecindario. Por fortuna, algo brillaba en el suelo. ¡Menudo alivio! Minutos después, ordenaba la compra en nevera y armarios, y pensaba en que necesitaba otra llave si no quería quedarme en la calle la próxima vez que saliera de casa.

Me di cuenta entonces de lo acostumbrados que estamos a esta pequeña herramienta. Nos ayuda a proteger nuestras pertenencias. Nuestros secretos. ¿Quién no ha tenido en su infancia un diario al que se lo contaba todo y al que callaba con la ayuda de un candado? No hay palabras para describir la alegría que se siente cuando recuperas tu llavero tras creerlo perdido, o cuando tu pareja te da una copia de las llaves de su casa, o cuando tú le das las de la tuya. Por no hablar de cuando permiten una vida compartida en el mismo espacio. En cambio, cuánta desazón cuando no te queda otro remedio que cambiar la cerradura, porque la historia ha acabado mal y no quieres que abran tu puerta nunca más.

Las llaves abren y cierran caminos. Acercan y alejan. Las llevamos en bolsos, bolsillos, cadenas que cuelgan del cuello. Las escondemos para que nadie las encuentre. Pero ¿qué sabemos de ellas? Gracias a la arqueología, hemos descubierto que tienen más de cuatro mil años de antigüedad. ¡Casi nada! Son originarias de Egipto y China, y las primeras eran de madera. Eran simples barras que se sujetaban al marco de la puerta y que impedían el paso. Solo tenían acceso a ellas los más ricos, pero los griegos popularizaron su uso. Fueron los romanos los que fabricaron las primeras llaves de metal. Por lo visto, incluso crearon versiones en miniatura para cerrar pequeñas cajas que contenían veneno, destinado a sus enemigos políticos o contrincantes sentimentales. ¡Qué simpáticos! Con el paso del tiempo, la llave se fue sofisticando, hasta el punto de que, en la actualidad, raro es el hotel que no utiliza llaves magnéticas para sus habitaciones, o el coche que no se abre con un mando a distancia. El mío incluso arranca sin necesidad de introducir la llave en la cerradura. Incluso existen puertas que se abren con claves numéricas, ¡hasta con huellas dactilares! Los faraones alucinarían.

El mundo del cine ha sucumbido al atractivo de las llaves y las ha dotado de una fuerte carga simbólica. El gran maestro del suspense, Alfred Hitchcock, recurrió a ellas en varias películas: en Encadenados, solo Alex Sebastian tiene la llave que abre la bodega de su mansión, donde oculta un secreto; en Crimen perfecto, Ray Milland deja intencionadamente una llave en una cerradura; en Rebeca, las llaves de la señora Danvers tienen un protagonismo especial. También la literatura se ha hecho eco. En El jardín secreto, de Frances Hodgson Burnett, existe un lugar maravilloso que lleva cerrado diez años, y al que solo se puede acceder con una llave oculta en algún lugar desconocido. En Harry Potter y la Piedra Filosofal, el protagonista y sus amigos se encuentran con una sala repleta de llaves aladas que les obstaculizan la búsqueda de la anhelada piedra. Inolvidable La llave de Sarah, cuya adaptación cinematográfica, protagonizada por Kristin Scott Thomas, encoge el corazón. Series recientes, como Fear the Walking Dead, también muestran la importancia que puede tener una llave, capaz incluso de destruir realidades. Y qué me dices del mundo de la música, en el que las llaves forman parte del nombre artístico de la famosísima Alicia Keys.

Sería maravilloso no necesitar ninguna llave, vivir en un mundo respetuoso en el que secretos, intimidades y objetos estuvieran a salvo. Mientras tanto, hagamos caso de la sabiduría popular: «Quien del mundo sabe, a su puerta echa la llave». ¡Cuida de tu llavero!

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Publicado en Escritura Historia real

3 comentarios

  1. Tita Tita

    Me HA ENCANTADO!
    Me ha recordado mis veraneos en la torre en un pueblecito cercano, las llaves quedaban en las verjas puestas para cerrarlas y las colgabamos en lá pared ,Jamas hubo ningun Problema.
    Respecto a los otros temas TIENES TODA LA RAZON

  2. Carme Portas Carme Portas

    Ostres les claus! I quan te les deixes dins i tanques de cop? 😱a qui no li ha passat? I quan et trobes uns claus a terra, el primer que penses és: pobre el que les ha perdut!què fas?
    Dona per molt aquest tema eh! Haahaha

    • Virginia Virginia

      I tant! Merci pel comentari, Carme!

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