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Lecturas bajo tierra

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Los trayectos en metro son aburridos. Acostumbrados a vivir a contrarreloj, la obligada pausa en la carrera se convierte en un tedio que aumenta cuando el tren se retrasa. ¿Cómo sobrevivir a los viajes bajo tierra? La mayoría de la gente recurre a su teléfono móvil. Parada tras parada, la mirada queda fija en la pantalla y la mente se evade del vagón.

Los libros también ayudan en la huida, aunque basta una mirada rápida para comprender que no abundan. Rara es la gente que lleva un libro encima o que decide leerlo bajo tierra entre desconocidos. Esto no es raro: según el último informe sobre Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España, el 35% de la población no lee nunca o casi nunca. ¿Te lo puedes creer? Como lectora voraz que soy, este dato me resulta incomprensible; inasumible.

Desde hace dos meses anoto los libros con los que me cruzo en el metro de Barcelona (líneas 1, 3 y 5). Necesito confirmar que las lecturas bajo tierra existen, averiguar qué gustos tiene la gente que se rebela contra la tiranía del móvil. No es una tarea fácil. Los vagones suelen ir repletos de gente y más te vale tener un cuello en buena forma para poder estirarlo y girarlo. También es importante saber disimular.

No ver ningún libro me produce tristeza. Entonces me recuerdo a mí misma que las apariencias engañan, que hoy en día se escuchan audiolibros y se leen libros electrónicos. Pero ¿cómo saberlo? Cotillear las pantallas ajenas está mal (a veces lo hago). Por el contrario, cuando coincido con varios libros abiertos siento palpitaciones. Rápido, me digo, título y autor. La misión resulta fácil si reconozco la portada o si el libro está cerca de mí. Si no lo está, confío en la graduación de mis gafas para mostrarme una pista. Incluso me acerco a mi presa. Una mirada rápida ¡y al bote!

A veces resulta imposible adivinar de qué libro se trata. Siempre hay alguien que se pone en medio (¡apártate!). ¿Y qué me dices de los libros forrados? A quién se le ocurre. A menudo sucede que la persona lectora coge el libro como si fuera a escaparse y tapa el título con las manos. Si se marcha antes de que haya conseguido averiguar la identidad del sujeto, siento ganas de patalear.

Estos son los libros con los que he compartido camino:

  • A tangled web, de Alan Maley
  • Doctor Zhivago, de Borís Pasternak
  • Dr Jeckyll and Mr Hyde, de Robert Louis Stevenson
  • El mono desnudo, de Desmond Morris
  • El niño filósofo: cómo enseñar a los niños a pensar por sí mismos, de Jordi Nomen
  • El paciente, de Juan Gómez-Jurado
  • El peligro de estar cuerda, de Rosa Montero (dos veces)
  • El poder del perro, de Don Winslow
  • Guía del autoestopista galáctico, de Douglas Adams
  • Gut, the inside story of our body’s most under-rated organ, de Giulia Enders
  • Hija de inmigrantes, de Safia El Aaddam
  • Juego de tronos, de George R.R.Martin
  • La divina comedia, de Dante Alighieri
  • La doctrina del shock, de Naomi Klein
  • La hermandad de la sábana santa, de Júlia Navarro
  • La nostra atenció ha estat raptada, de Na Pai
  • La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero
  • Las voces del desierto, de Marlo Morgan
  • Los renglones torcidos de Dios, de Torcuato Luna de Tena
  • Pensar con el cuerpo, de Jader Tolja
  • Pregúntale al polvo, de John Frante
  • Un nuevo mundo, ahora, de Eckhart Tolle

La lista sorprende ¿verdad? Veintitrés libros de narrativa y de ensayo. Uno en catalán, tres en inglés y diecinueve en castellano. Hay obras clásicas y contemporáneas, ¡y tres son de Rosa Montero! Con lo que me gusta. De este curioso experimento, no solo concluyo que las lecturas bajo tierra sobreviven a las pantallas, sino que vivimos en una sociedad plural y diversa. ¡Son buenas noticias!

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Publicado en Historia real Libros

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