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Lo que esconde un picaporte

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Siempre me ha gustado observar las puertas de las casas; las llaves que las abren; las cerraduras, picaportes y mirillas. Hay en estos objetos de metal algo que seduce, que invita a imaginar otros tiempos, otras vidas. Siento una especial debilidad por el picaporte, también llamado «aldaba» y «aldabón». Sirve para llamar la atención; es un estoy aquí y ahora, un atiéndeme, un quiero hablar contigo; contigo y con nadie más.

El picaporte acostumbra a ser de hierro o de bronce y las formas son de lo más variopintas. La Casa Calvet tiene el más extraño que he visto jamás. Consta de una cruz griega que, al accionarla, golpea contra un chinche. Lo aplasta. Gaudí representó de este modo la lucha contra el pecado, que simbolizó a través de ese pequeño insecto empeñado en chupar sangre y transmitir enfermedades. Con cada llamada, ¡un chupóptero menos!

En las grandes ciudades, donde las casas han sido sustituidas por altos edificios, cada vez resulta más difícil descubrir picaportes. No obstante, existen barrios poco explotados por el mercado inmobiliario que todavía conservan calles con casas, con picaportes oxidados. Es habitual encontrarse con la cabeza de un león, de cuya boca cuelga una arandela que golpea la madera. También abundan manos de metal, que sustituyen durante unos instantes a las de carne y hueso.

Empeñada en descubrir picaportes, regreso de una escapada a Roma con seis nuevas imágenes para mi colección. ¿Verdad que son maravillosos? Al mirarlos me pregunto quién los fabricó, desde cuándo se exhiben, quién ha movido la arandela, con qué propósito, con qué intensidad. Incluso siento la tentación de llamar, de querer conocer a la persona que vive al otro lado.

El timbre eléctrico ha supuesto el fin de los picaportes. Donde antes había golpes, ahora hay melodías. Algunas son estridentes, otras son agradables. Mi preferida es, sin duda alguna, la de la divertida película Un cadáver a los postres (Murder by death), una magnífica parodia sobre el cine policiaco. Al pulsar el timbre del castillo de un excéntrico multimillonario, se oye el chillido de una mujer. ¡Menudo sobresalto! Si quieres pasar un buen rato y defender tu alegría, mira la película.

El picaporte de metal no provoca carcajadas, pero sí ternura. Es algo inexplicable, seguramente irracional, pero también inevitable. Ni siquiera el paso del tiempo puede evitar que un simple objeto oxidado emocione. De ahí su arte. De ahí su necesaria defensa. Si tienes un picaporte en la puerta de tu casa, cuídalo. Nunca se sabe quién detendrá su paso para mirarlo y apreciarlo. Se merece la calidez de esa mirada. Vive a la intemperie.

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Publicado en Historia real

Un comentario

  1. Gloria Gloria

    ¡Qué bonito! En mi memoria perduran los picaportes de mi niñez que eran la antesala del paraíso. Los de las casas de mis abuelos. Uno era una arandela dorada muy grande. Otro era una mano que sostenía una bola. Estos últimos eran el «modelo básico» en mi pueblo. Mi hermano tiene un picaporte en la puerta de su casa. Accionarlo fue el preludio de algunos de los momentos más felices de los últimos años: Inmediantamente oía a mis sobrinos gritar y corretear al otro lado de la puerta, que venían a recibirme con los brazos abiertos.

    Gracias a tu mirada descubro pequeños detalles de la vida que me hacen sonreír. Qué regalo leer estos textos llenos de sensibilidad y de belleza.

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