
a Duls
Vivir es un deporte de riesgo. Avanzamos por el calendario entre estudios, trabajos, vacaciones, celebraciones, romances y amistades. Los días se suceden uno tras otro en lo que parece una carrera hacia adelante sin tiempo que perder. Hasta que la pérdida de una persona querida nos sacude; hasta que todo salta por los aires como lo hacen las plumas de una almohada rota. Sentimos dolor, tristeza, impotencia. Comprendemos que hemos estado caminando en la dirección equivocada, distraídos de lo importante; lo valioso; lo real.
No es fácil aceptar la muerte; encajar el final de la partida. Cuando es brusco y repentino, cuando no ha sido invitado, va acompañado de una sensación de irrealidad, de un no es posible, de un no es verdad. Un infarto repentino, un ictus inesperado, un accidente de tráfico, una caída fatal, un terremoto descomunal. En cuestión de segundos, alguien que nos importa desaparece de nuestras vidas. Y todo parece trivial.
Pero ¿qué sucede cuando irrumpe en tu vida una enfermedad inesperada? Cambian las tornas y tienes que enfrentarte a un monstruo sin corazón, con decenas de tentáculos y veneno en lugar de sangre. Un cáncer, una fibromialgia, una esclerosis múltiple, una enfermedad rara. Te descompones, te resistes, te rebelas. Puedes abandonar la lucha y dar la partida por perdida; o puedes asumir el reto de intentar salvarte. Porque quieres vivir. Vivir. Tienes esperanza.
Sin embargo, a veces las cartas están marcadas de antemano y te secuestra un malvado al que conoces bien. Lleva décadas cebándose con tu familia materna. Convivió con tu abuela, una tía, dos tíos, tu madre, una hermana, tu hermano. Lo tienes pegado a la piel. Padeces Alzheimer precoz congénito, una sentencia de muerte despiadada que te condena a una vida de desmemoria y de parálisis; que te arrastra al infierno. Sabes que te espera un camino repleto de piedras y de tropiezos y, al final, un precipicio.
¿Cómo vivir con una sentencia de muerte en el bolsillo? ¿Cómo resignarse a que unas cartas estén marcadas y otras no? Pero tú, Duls, no te desprendes de tu sonrisa; de tu alegría. Nos la contagias, nos la regalas cada día. Vives, luchas, participas en tratamientos experimentales mientras organizas para tus amigos escapadas de fin de semana, partidos de baloncesto. Siembras amistad. Y brillas. Con cada sonrisa tuya, con cada grito espontáneo de felicidad, nos enseñas que la vida está para vivirla. Tu risa, qué contagiosa tu risa.
El calendario avanza implacable y tu cuerpo pierde la batalla. Quienes te queremos nos rompemos, pero tú sonríes. A pesar del dolor físico, a pesar de la oscuridad que te envuelve, continúas abanderada de la alegría. Y te conviertes en ángel. Extiendes tus alas y alzas el vuelo entre lágrimas y abrazos. Nos queda tu recuerdo, tu esencia, tu ejemplo.
Gracias, Duls.
Las cartas que nos tocan son nuestras y de nadie más. Juguémoslas. Desgastémoslas.
«La suerte es seguir aquí, es poder haber estado. La suerte no toca. La suerte es poder tocar.» Roy Galán
Querida Virginia: Tuvimos la suerte de que en nuestras cartas estuviera Duls y de ver cómo ella jugó su partida, escogiendo siempre el lado de la balanza en el que estaba la alegría, la risa, las ganas de vivir, a pesar de todo, por encima de todo. Gracias por explicarlo tan bonito y por compartir tu sentimiento, en el que te acompaño, como ya sabes. Te mando un abrazo grande, enorme.
Querida Virginia, Preciosas palabras para definir a nuestra Duls, seguro que ha vuelto a sonreír al leerlas. Y tu sincera reflexión nos sirve como recordatorio para todos porque, ‘vivir es urgente’, como nos decía otro grande que se ha ido también. Un beso gordo, Raquel
Hola Virgi, no tenía idea. La mejor manera de enterarme ha sido con tus palabras. Lo siento muchísimo.