
El cine es maravilloso. Nos permite conocer otras vidas, sentirlas. Nos regala historias inolvidables, personajes entrañables. Incluso nos encariñamos con los actores y con las actrices que vemos en pantalla. Crecemos con ellos. Son como de la familia. Esto sucede porque el cine es magia pura. Cuando matan a tu personaje favorito, te indignas; cuando tu serie preferida se acaba, entristeces. Es tal el poder que la ficción ejerce sobre el espectador, que la confunde con la realidad. Y es que las lágrimas, los suspiros, la rabia, el miedo, son auténticos.
Cuando un actor o una actriz nos encandila, le seguimos la pista más allá de la pantalla. Queremos conocerle; saber cómo piensa; dónde vive. El ser humano es un cotilla. ¿Por qué, si no, tienen tanto éxito las redes sociales? Nos encanta fisgonear lo que hacen los demás. En especial, la gente famosa. La amamos. La envidiamos. Queremos su físico, su vestuario, su casa, su automóvil, su cuenta bancaria, ¡su pareja!
Mientras espiamos a los famosos, nos engañamos. Imaginamos que tienen vidas maravillosas, que no les huele el aliento, que se duchan cada día, que son dulces y delicados, que son buenas personas. ¿Y si no es así? Son humanos. Muchos disimulan sus pesares y se esconden tras una sonrisa. Por más famosos que sean, también tienen problemas, contradicciones y tristezas.
Cuando la mala suerte alcanza a uno de nuestros actores más queridos, sentimos pena real. No queremos que le pase nada malo, mucho menos que sufra. Es uno de los nuestros. Por desgracia, nadie es inmune a los embistes de la vida. Hace un año, supimos que el actor Bruce Willis se retiraba del cine. Padece afasia, un trastorno del lenguaje que le dificulta leer, escribir y expresar lo que quiere decir. Qué duro para un actor; para cualquiera. Por desgracia, su enfermedad se ha agravado y ha derivado en una demencia frontotemporal que le altera el pensamiento y la conducta. No tiene cura. Jamás habría imaginado que el héroe de la Jungla de cristal acabaría desahuciado de sí mismo.
Su compañera en Cita a Ciegas, Kim Basinger, que en las décadas de los ochenta y de los noventa fue una de las mujeres más deseadas de Hollywood, padece agorafobia. Es un trastorno de ansiedad que le lleva a temer y evitar lugares o situaciones que puedan causarle pánico y hacerle sentir atrapada, indefensa o avergonzada. La cosa es tan grave, que pasa largas temporadas sin salir de casa. Vive encerrada.
Michael J. Fox, Marty McFly para los enamorados de Regreso al futuro, fue diagnosticado de Parkinson cuando estaba en la cima de su carrera. Por culpa de esta enfermedad crónica y degenerativa, sufre temblores, rigidez y lentitud de movimientos. Nunca se ha rendido: ha participado en algunas series interpretándose a sí mismo, como The Good Wife, y ha creado una fundación para hallar una cura a su enfermedad. Es tal su compromiso, que el mes pasado le dieron un Oscar honorífico. Ojalá pudiera viajar al futuro y regresar con una pócima mágica.
En el cine español también hay lugar para la desgracia. Dani Rovira peleó duro contra un Linfoma de Hodgkin; Cristina Medina lucha contra un cáncer de mama; Carme Elías padece Alzheimer; Verónica Forqué fue devorada por la depresión.
Ojalá nunca viéramos mermada nuestra familia del cine. Ojalá nunca enfermara nadie. Ojalá nos marcháramos de este mundo mientras dormimos; sin sufrir; sin hacer sufrir. Ojalá.
A quienes llenáis nuestras vidas con historias inventadas, con verdades olvidadas; a quienes nos invitáis a soñar; a quienes con vuestro arte nos regaláis un mundo en el que cabe la magia: gracias. Que la salud os acompañe.
Luces, cámara y acción.
Fotografía: escena de la película Cita a Ciegas (Blind date)
Virgina, gràcies per enviar-me el teu escrit. M’ha agrada’t molt i dius veritats com catedrals.
Gràcies a tu per llegir-me, Maria!
Gracias Virginia, siempre me conmueven tus historias. Abrazos
Gracias, Eli!
Una semana más: felicidades por tu reflexión envuelta en celuloide, tan lúcida, tan estructurada, tan documentada…
Me ha gustado mucho.
¡Muchas gracias!