
El confinamiento dio mucho de sí. Aunque soy bastante observadora, de repente empecé a darme cuenta de cosas que antes no percibía. El rollo de papel higiénico, por ejemplo. Se convirtió en un bien de lo más codiciado durante el principio de la pandemia. Desaparecía de las estanterías en cuestión de horas y provocaba altercados entre la clientela. En Australia, incluso un hombre amenazó a otro con un cuchillo porque se llevaba el último paquete que quedaba en el estante. Los reponedores de los supermercados no daban crédito a lo que veían. ¡La gente parecía haber enloquecido! ¿Acaso el Covid-19 provocaba diarrea? Por lo visto, estábamos bajo lo que se conoce como el síndrome FOMO (del inglés, fear of missing out, temor a perderse algo). No estamos acostumbrados a la escasez y la privación. Si queremos algo, lo compramos y punto. Es lo que tiene vivir en una sociedad consumista. También, en el llamado primer mundo.
Desde entonces, me fijo en el diseño del papel higiénico. En aquel momento de encierro, unos sonrientes fantasmas me saludaban desde el rollo de papel que había en casa. Empezó a darme cierto apuro utilizar un trozo para limpiarme. Sé que el aseo personal y la higiene son importantes, claro que sí. Hablé de ello en Agradece tu retrete. Pero la idea de ensuciar y ahogar a ese simpático ser me hacía sentir mal. Qué le voy a hacer si soy de las que sucumbí al encanto del pequeño ser traslúcido protagonista de la película Casper. Me acordé entonces del perrito de Scottex, ese cachorro de labrador que había visto tantas veces en un anuncio de televisión. ¿Lo recuerdas? Va al cuarto de baño, agarra con sus dientes afilados la punta del rollo, la estira, tropieza con sus todavía torpes patas, y, en cuestión de minutos, reparte el rollo de papel por media casa. ¡Qué ilusión! Esta travesura divirtió tanto, que la marca adoptó la figura del pequeño labrador como logotipo. Y así, mientras reconocíamos su figura en el rollo y sonreíamos, procedíamos a limpiarnos con él. ¡Menuda falta de respeto!
Estamos tan acostumbrados a ese pequeño objeto casero con el que nos limpiamos, que nos cuesta imaginar que no siempre ha existido. Se tiene constancia de que, a lo largo de la historia de la humanidad, se han utilizado esponjas naturales, hojas, piedras, tejidos, papeles de periódico, revistas, etc. Hubo que esperar hasta 1857 para empezar a vislumbrar el nacimiento del papel higiénico tal y como lo conocemos hoy en día. Lo inventó el estadounidense Joseph Gayetty y se lo conocía como «papel medicado Gayetti». Como el pobre hombre padecía de hemorroides, untaba su invento con algo que lo suavizaba y evitaba las rozaduras en esa zona tan delicada del cuerpo. Eran hojas individuales, porque el rollo no apareció hasta veinte años después, de la mano del londinense Walter Alcock. El invento fue perfeccionado por los neoyorquinos Edward y Clarence Scott que, coincidiendo con la generalización de retretes individuales en casas, hoteles y restaurantes, reunieron una gran fortuna.
El papel higiénico se ha ido perfeccionando desde entonces. Cuando iba a la escuela sufría un papel marrón nada agradable al tacto. A mis compañeros y a mí nos traumatizaba tanto su uso que, con tal de no tener que utilizarlo, nos aguantábamos las ganas de ir al baño. Imagínate la cara de la maestra al dar clase a un conjunto de personitas cada vez más coloradas porque no pueden más. ¿Intuyes el resultado? Por suerte, el tacto del papel higiénico ha mejorado. ¡Es suave! Los hay de varias capas y los diseños varían. En la fotografía que acompaña este texto te muestro cuatro modelos. ¡Hay tantos! Los he visto incluso con rostros de políticos. Lo que no sabía, es que los hay también de colores. ¿Sabías que el negro es el más codiciado? La empresa portuguesa Renova lo lanzó en 2005 y enseguida tuvo una gran acogida. La idea se le ocurrió al presidente mientras asistía a un espectáculo de Cirque du Soleil, en el que los artistas se deslizaban por unas telas negras. Un ejemplo de que las buenas ideas pueden aparecer en el momento más inesperado. Ahora, el conocido como Renova Black está en los locales más glamurosos de Nueva York. Si no te tienta demasiado este oscuro color, tienes donde elegir: rojo, rosa, azul, verde, amarillo, a cuadros, a rallas, con frases y ¡con fórmulas matemáticas! ¿Qué necesitas practicar la tabla de multiplicar del tres? Ve al baño. ¿Qué te gusta que todo sea del mismo color? Busca el tuyo. ¿Que adoras este objeto cotidiano? Alégrate: existe una joya de lujo inventada por un diseñador madrileño. Para gustos, colores.
La excentricidad no tiene límites. Parece ser que el papel higiénico más caro del mundo es el japonés Haneshibo. Una caja de ocho rollos cuesta la friolera de 76 Euros. Cada unidad se fabrica con pulpa de fibra de madera de Canadá y se trata con agua de uno de los lugares más puros del país: el río Nyodo. Además, cada rollo pasa por las manos del presidente de la compañía, que se asegura de que cumple con los estándares de calidad prometidos. Después, es decorado por un artesano. ¿A que impresiona? Espera, que todavía hay más. Existe papel higiénico perfumado con gotas de Chanel Nº 5, así como papel fabricado con oro de 24 quilates (que llegó a venderse en Dubai por un millón y medio de dólares). ¿Hola? Hay que ver, ¿verdad? Mientras tanto, aquí corriendo detrás de rollos de celulosa. Para que luego digan que el ser humano es un animal racional.
«La limpieza es el acto de enfrentarse a sí mismo». Marie Kondo.
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