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Por mis venas fluye cine

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El primer trimestre del año es cinéfilo perdido. En él tienen lugar los Premios Goya, los Oscar y la Berlinale. Si amas el séptimo arte, es muy probable que tengas anotadas esas fechas. Es comprensible: uno de los mayores placeres de esta vida es ver a nuestras estrellas preferidas desfilar por una alfombra roja. Desprenden glamour y regalan brillantes miradas secundadas por amplias sonrisas. Por desgracia, el año pasado tuvimos que conformarnos con galas virtuales, impregnadas de tristeza y de nostalgia. Este 2022, ¡regresa la alegría de celebrar el cine!

No puedo imaginar un mundo sin películas, sin historias que atrapan y conmueven, sin esa magia que se produce frente a una cámara. Crecí entre carteleras y salas de cine y coleccionaba las entradas. Por mis venas fluye cine. Ahora se habla mucho de realidad virtual cuando, en verdad, llevamos tiempo viviendo otras vidas. Se apagan las luces, se guarda silencio y vivimos una historia; emprendemos un viaje que no nos resultará indiferente. Si el guión es bueno, si las interpretaciones resultan creíbles, si la banda sonora conmueve, la película nos cambiará por dentro.

La tecnología ha evolucionado y la comodidad del sofá de casa anula, a menudo, la voluntad de desplazarse hasta una sala de cine. El auge de las plataformas cinematográficas tampoco ayuda. Tientan del modo que antes lo hacía el videoclub del barrio. El elevado precio de una entrada también frena al más valiente y, de este modo, las salas solo se llenan durante la Fiesta del Cine. Con el continuo descenso de espectadores, muchas se ven obligadas a cerrar. Algunas míticas, como el Texas. Es una lástima porque, digan lo que digan, ver cine en casa no es lo mismo. En absoluto. «En casa siempre está la realidad que hace que nos distraigamos», dice Isabel Coixet en una entrevista reciente.

El cine es una gran escuela. Nos prepara para la vida, nos hace reflexionar. El libro Cineclub, de David Gilmour, muestra precisamente esa realidad. Cuenta la historia real de un adolescente desmotivado cuyo padre le propone un trato de lo más atractivo: durante una temporada, nada de estudios o trabajo. A cambio, cero drogas y tres películas a la semana. Interesante, ¿verdad? Un ejemplo más de que se aprende mucho viendo cine. Interiorizándolo.

Sentada en una butaca, descubrí algunas cosas importantes. Por ejemplo, que el amor solo es verdadero si es sano. Cuidado con quien se asemeje a Emma Suárez en El perro del hortelano, donde ni come ni deja comer. Evitemos caer en manos desalmadas como las de John Malkovich y Glenn Close en Las amistades peligrosas, donde Michelle Pfeiffer queda hecha trizas. Tampoco es aconsejable tener celos, salvo si se tiene a una vecina tipo Marilyn Monroe en La tentación vive arriba (en ese caso, mejor mudarse). En ocasiones, el amor se demuestra dejando marchar a la persona amada, como hace Humphrey Bogart con Ingrid Bergman en Casablanca (muy loable, pero nada fácil). Si nos rompen el corazón, no busquemos venganza. La cosa puede provocar una hecatombe como la de El paciente inglés. Tampoco tiene sentido aferrarse al odio, como le sucede a Glenn Ford con Rita Hayworth en Gilda (si bien es lógico, porque nunca hubo una mujer como ella). Y aunque haya amor, a veces no es suficiente: en Tal como éramos, Robert Redford y Barbra Streisand no fueron capaces de superar sus diferencias ideológicas; en Leaving Las Vegas, Nicolas Cage no quiso curar su alcoholismo y condenó su historia de amor con Elisabeth Shue (lo mato); en Titanic, un iceberg puso punto y final a una de las historias más lloradas del cine. Por último, hay que tener claro que el amor verdadero solo puede vivirse con valentía, algo que no hubo ni en Lo que queda del día ni en Las leyes de la frontera. Hay que rescatarlo de la rutina y los problemas. Defenderlo a capa y espada, como la alegría.

Otro aprendizaje cinéfilo: las relaciones familiares no resultan fáciles. Jane Fonda y su padre no se reconciliaron hasta que protagonizaron En el estanque dorado, con Katharine Hepburn. Tampoco es sencillo aceptar que tu antigua pareja rehaga su vida con otra persona. Si encima hay hijos de por medio, ni te cuento. Es lo que sucede en Quédate a mi lado, donde Julia Roberts y Susan Sarandon se ven obligadas a superar sus diferencias (por Susan, lo que haga falta).

Quien tiene un amigo tiene un tesoro. Los amigos de Peter y Cuatro bodas y un funeral nos enseñaron la importancia de contar con amistades verdaderas. Del mismo modo, qué hermosa es una honda amistad como la que protagonizan Mary Stuart Masterson y Mary-Louise Parker en Tomates verdes fritos, o Geena Davis y Susan Sarandon en Thelma & Louise. Eso sí, cuidado con confundir amistad y amor, como le pasa a Shirley MacLaine con Audrey Hepburn en Calumnia (como para no enamorarse de Audrey).

Debemos cuidar nuestra salud. La pandemia lo está recordando, pero el cine llevaba tiempo subrayándolo. Salimos derrotados tras ver truncada, por culpa del cáncer, la historia de amor entre Debra Winger y Anthony Hopkins, en Tierras de penumbra; lloramos sin consuelo en Philadelphia, con Tom Hanks enfermo de Sida; compadecimos a Antonio Banderas por su maltrecha espalda en Dolor y Gloria; y admiramos a Dani Rovira plantándole cara a su esclerosis múltiple en Cien metros.

Seamos capaces de escucharnos y perseguir nuestros sueños. En Magnolias de acero, Julia Roberts no dudó ni un instante en ser madre, aunque con ello pusiera en peligro su vida; en Billy Elliot, Jamie Bell se rebeló contra su destino de minero y defendió a toda costa sus ganas de convertirse en bailarín; en Carol, Cate Blanchett optó por vivir su verdad, aunque con ello tuviera que renunciar a su hija; Rosa Maria Sardà y Verónica Forqué mostraron que no hay edad para Salir del ropero; en Armas de mujer, Melanie Griffith logró vencer a la tirana de su jefa Sigourney Weaver y cumplió su sueño de tener un despacho propio en Manhattan.

La vida conlleva peligros. En Acusados, Jodie Foster fue violada repetidamente; en Cisne negro, Natalie Portman acabó siendo poseída por su obsesión de ser la mejor bailarina; en Cita a ciegas, Kim Basinger se metió en un lio tras otro por culpa de su alergia al alcohol, complicándole sobremanera la vida a Bruce Willis; en Tiburón, Steven Spielberg atemorizó a los bañistas marinos de por vida (como te pille).

Cuidado con las monjas. Carmen Maura vio en Entre tinieblas lo que Jane Fonda ya mostró en Agnes de Dios: lo que sucede en el interior de un convento no siempre está relacionado con la espiritualidad o con el amor a un ser superior.

Para comunicarse, no es necesario abrir la boca: Jane Campion demostró, en El Piano, que es posible hablar a través de un instrumento musical; en Begin Again, la música curó a Keira Knightley y a Mark Ruffalo. Con razón Georgia Cates dice que la música es el sonido de los sentimientos.

Las injusticias tienen fecha de caducidad. El sentido común se impuso al racismo en Matar a un ruiseñor, La milla verde y American History X; en Espartaco, Kirk Douglas se rebeló contra la tiranía, como hizo Mel Gibson en Braveheart; en Bailando con lobos, Kevin Costner se atrevió a ir contracorriente y se unió a los indios que debía exterminar; en Gran Torino, Clint Eastwood se las ingenió para impartir justicia (y me ganó para siempre).

Incluso en el horror cabe la belleza. En La vida es bella, Roberto Benigni inventó un mundo para sobrellevar el infierno; Nieva en Benidorm y El Cover mostraron cómo, hasta en un lugar en apariencia decadente y artificial como Benidorm, tiene lugar la sonrisa. Aunque la vida te haya roto por dentro, como a Maixabel, es posible recoger los trozos y seguir adelante.

El poder del cine radica en las emociones que despierta. Lo que sucede en la pantalla nos atraviesa sin piedad y, arropados por la intimidad que ofrece una sala, lloramos, reímos, suspiramos, renegamos. Incluso aplaudimos cuando la película llega a su final. Aunque no seamos conscientes de ello, algo en nuestro interior cambia para siempre. Es un atisbo de empatía; la semilla de un mundo mejor en el que no sea necesario defender la alegría.

Larga vida al cine.

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Publicado en Historia real

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