
El otro día vi algo que me llenó de alegría. Había ido a almorzar con una amiga al café de la librería Laie de la calle Pau Claris. Llegamos un poco antes de las diez de la mañana, que es cuando la cafetería abría. Esperamos en la calle, bajo un sol y una temperaturas agradables. Aunque no hacía mucho tiempo que nos habíamos visto, nos saludamos con un abrazo apretado y sentido. Creo que ahora valoramos más los abrazos. Yo siempre los he defendido.
Mientras esperábamos, me fijé que a nuestro alrededor había más gente deseosa de tomar algo en un lugar tranquilo, alejado del bullicio que acostumbra a imperar en el centro de la ciudad. Dos ancianas se saludaron con cariño. Ambas llevaban una abultada bolsa de tela en una mano y, con la otra, abrazaban a su amiga. Me pregunté cuánto tiempo haría que no se veían porque hablaban de forma atropellada, tan emocionadas como estaban por reencontrarse.
El reloj marcó las diez y la Laie abrió sus puertas. Hubo quien se perdió entre los estantes de la librería. En cambio, las ancianas y nosotras subimos la escalera que conducía a la cafetería, rumbo a una conversación pausada. Ellas eligieron una mesa en una esquina y, nosotras, una frente a la ventana. Los minutos se sucedieron y se convirtieron en horas, durante las cuales mi amiga y yo nos pusimos al día de las últimas novedades, nos confesamos miedos y debilidades. La prisa se detuvo y solo existió el momento presente. Cuánto eché de menos esos encuentros durante el confinamiento. Cuánto me gustaría compartirlos con quienes están a centenares de kilómetros. Algún día, sin duda.
Escuchaba a mi amiga y, de refilón, veía a aquellas mujeres. Charlaban sin que nadie pudiera oírlas, como si se confesaran algún secreto. También reían. Transmitían alegría. En un momento dado, mi amiga se fue al servicio. Clavé entonces mi mirada en las dos ancianas y presté mi máxima atención a lo que decían. Una sujetaba un libro con las dos manos y le decía a la otra que le había gustado mucho; que la había sorprendido; que había tenido la impresión de estar viendo las ciudades que en él se describían. Confesó que echaba de menos viajar. Después, se lo tendió a su amiga, que lo cogió con una sonrisa y lo guardó en su bolsa de tela, que estaba vacía. Luego cogió un libro que tenía junto a otros en su lado de la mesa. Dijo que le había divertido mucho leerlo; que le había animado en su soledad. Se lo dio a su amiga, que lo guardó en su propia bolsa. Comprendí entonces lo que estaban haciendo. ¡Intercambiaban libros! No destripaban el contenido, sino que compartían lo que les había parecido; lo que habían sentido al leerlos.
Hace años descubrí el bookcrossing, que consiste en dejar libros en lugares públicos para que los recojan otros lectores. Me pareció que era una forma original de desprenderse de aquellos volúmenes que no nos habían convencido, quizá porque yo suelo atesorar los que me han gustado. ¡Lo que ha complicado bastante mis mudanzas! Pero lo que aquellas mujeres estaban haciendo no era bookcrossing. Se conocían. Se querían. Y compartían aquellos libros convertidos en joyas por haberlas entretenido; conmovido; ayudado.
Aquella escena quedó grabada en mi memoria. Fue enternecedora; inspiradora. Me di cuenta, al verlas, de que me gustaría envejecer justamente así, descubriendo nuevos mundos de la mano de personas queridas. Acudir a un encuentro con lo últimos libros que me han devorado y regresar a casa con otros cargados de promesas. Compartir también películas, series, música, exposiciones. En definitiva, quisiera envejecer compartiendo vida.
Dicen que la pena compartida es media pena y que la alegría compartida es doble alegría. En estos tiempos de incertidumbre que vivimos, agravados por lo que está sucediendo en Ucrania, por el temor a que la cosa acabe en desastre, creo que debemos recordar la importancia de cuidar de nuestras personas queridas. Dedicarles tiempo. Ganas. Qué áspera sería la vida sin esos intercambios de momentos; de abrazos; de alegrías.
Foto: sonrisa terrestre captada desde un avión, entre Giens y Cap Bénat, Francia.
¡Qué bonito e inspirador post! ¡Gracias!
Gracias a ti por leer y comentar el texto. ¡Me alegra que te haya gustado!