
Cuidado con lo que deseas, se puede hacer realidad. Es lo que está ocurriendo con la lluvia. La hemos invocado tanto, que, ahora, ¡todo está pasado por agua! Es cierto que sobraban motivos para desear que lloviera. Desde el otoño pasado, padecíamos una importante sequía que no auguraba nada bueno. La tierra de muchos campos de cultivo se agrietó; castaños y robles apenas produjeron frutos; numerosos pantanos y embalses estuvieron a punto de vaciarse, y descubrieron pueblos que antaño desaparecieron bajo el agua. Para colmo, durante los dos primeros meses del 2022 el valor de precipitación media sobre España ha representado solo un 23% de lo normal. ¡Un horror!
Con este panorama, no había meteorólogo que no compartiera su preocupación. Estábamos inquietos y pedíamos agua. La deseábamos tanto, ¡que el cielo nos ha hecho caso! Tanto, que ahora estamos en el otro extremo: inundaciones, ríos desbordados, cascadas furibundas, desprendimientos de tierra, olas de varios metros de altura, playas sin arena, etcétera. ¡Ay, los deseos! Por fortuna, nada tan grave con la borrasca Gloria o el temporal Filomena.
Cuando una depresión atmosférica se instala sobre nuestras cabezas y nos sumerge varios días bajo un cielo gris y llorón, nuestro estado de ánimo se ve afectado. Lo sé de buena tinta, viví siete años en un país donde el sol era una quimera. Sin embargo, el agua es necesaria. ¡Sin ella no habría vida! Y debemos recordar que somos personas afortunadas. Primero, porque nuestros embalses y pantanos se han llenado, lo que implica que ahora tenemos buenas reservas de agua. Segundo, porque no llueve nada más, y no me refiero a las bombas que, por desgracia, llueven sobre Ucrania.
En nuestra atmósfera suceden fenómenos extraños que son difíciles de explicar. Eso no significa que tengan un origen extraterrestre o sobrenatural, si no que son tan escasos, que cuesta estudiarlos con detalle. Hay lluvias de los más raras. Por ejemplo, de grandes trozos de hielo. En 2002, en Soria, cayó uno de 18 kg que produjo un cráter de casi medio metro de profundidad. Seis años más tarde, en la ciudad norteamericana de Lula, una bola de granizo del tamaño de una pelota de baloncesto rompió el tejado de una tienda de neumáticos. Hay más: en 1855, cerca de la ciudad india de Seringapatam, cayó del cielo una gran masa de hielo del tamaño de un elefante. ¡Tardó tres días en derretirse!
Además de agua, nieve o hielo, del cielo también llueve arena, como sucede a menudo en la península ibérica debido a su cercanía con el desierto del Sáhara; ceniza de algún volcán en erupción, como ha sucedido en la isla de La Palma; manzanas, como sucedió en 2011 en la ciudad inglesa de Coventry, donde la fruta del pecado causó numerosos destrozos en coches y ventanas (además de algún chichón); ¡y animales! Esta lluvia es, sin duda, la más sorprendente de todas. Aunque parece increíble, este fenómeno está registrado desde hace siglos.
El inventario de lluvias de animales es extenso y variado. Hay para todos los gustos: ratones amarillos vivos, en Bergen (Noruega), en el año 1578; serpientes vivas, Memphis (Estados Unidos), 1876; codornices, Valencia, 1880; medusas, Bath (Inglaterra), 1894; pájaros muertos, condado inglés de Norfolk, 1978; cangrejos, Nueva Gales del Sur (Australia), 1978; gusanos, Escocia, 2011; arañas, Goulburn (Australia), 2015. Si bien algunas lluvias de animales son fenómenos aislados, hay otros muy frecuentes. En Yoro, Honduras, cada año llueven peces de agua dulce ¡vivos! Es algo tan habitual, que hasta celebran el Festival de la Lluvia de peces. Y, en varias partes del mundo, se han registrado lluvias de ranas, también vivitas y saltarinas. Una en Frías de Albarracín, Teruel, en 1988.
El origen de estas lluvias raras acostumbra a estar en la formación de fuertes tormentas asociadas a tornados, o en trombas marinas capaces de succionar todo cuanto encuentran a su paso: anfibios, insectos, pájaros, peces, etcétera, son transportados hasta la misma nube y arrojados varios kilómetros más allá de su lugar de origen, cayendo bruscamente en masa. ¡Son lluvias con sorpresa!
Cuando llueva, cuando tengas un mal día porque has metido los pies en un charco, o porque has olvidado el paraguas en casa, o porque tienes la colada tendida al aire libre, o porque un maldito coche te ha salpicado la ropa con agua sucia, piensa que, aun así, eres una persona afortunada. Recuerda que la cosa siempre puede empeorar y regalarte momentos inolvidables: una serpiente viva adentrándose por el cuello de tu blusa, una rana saltándote sobre la cabeza, una araña deslizándose por tu cara dispuesta a enredarte en su tela, una medusa irritándote la piel, un pájaro dándote un picotazo involuntario. Si cambias tu mirada, mojarte no parecerá tan grave. ¡Felices lluvias!
Foto: Le calme avant la tempête (La calma antes de la tormenta), pintura al óleo de Chantal Ripol
Comentarios