Saltar al contenido →

Cultiva tu curiosidad para salvar el planeta

cultiva-tu-curiosidad-para-salvar-el-planeta

Siempre me ha intrigado la naturaleza. Me habría gustado cursar la carrera de Biología, pero no era muy buena ni en Física ni en Química. En Matemáticas sí, pero lo atribuyo a un profesor excelente. El mejor que he tenido jamás, Lluís Botella. A él le debo mi amor por los números, mi afición a las hojas de cálculo. Una de las cosas que él decía es que en la naturaleza predomina la forma circular. Es verdad. Si te fijas, casi todo tiene curvas.

Me gusta mirar a mi alrededor, intentar entender cómo funciona nuestro mundo. ¿Qué seres lo habitan? ¿Cómo y dónde viven? ¿Qué comen? Para observar la naturaleza no es necesario marcharse muy lejos. ¡La tienes en casa! Un buen aliado para comprender cuanto te rodea es el libro Naturalistas en zapatillas, del divulgador ambiental José Luis Gallego. Si eres una persona curiosa, no te lo pierdas. Aprenderás cosas interesantes y mirarás de otro modo.

Yo observo mucho mis macetas y jardineras. Me gusta apreciar los cambios en la vegetación, así como descubrir habitantes y visitantes. La primavera pasada hice un descubrimiento con el que pude responder a una pregunta que me formulaba desde hacía bastante tiempo: ¿por qué algunas plantas tienen los bordes de las hojas agujereados? No me refiero a las heridas causadas por una tormenta de granizo, si no a unos círculos tan perfectos como los creados por una perforadora de papel. Las hojas afectadas siguen verdes, vivas, pero les faltan uno o varios trozos. ¿Qué les pasa?

La respuesta la tiene un pequeño insecto de color gris. Un día lo vi revolotear entre las hojas y le seguí con la mirada. Se posó sobre una hoja, agachó la cabeza ¡y empezó a cortarla con la boca! En cuestión de segundos, separó un trozo que sujetaba con las patas y desapareció de mi vista. Regresó poco después con idéntica intención agujereadora. Se trata de la abeja aserradora o cortadora de hojas (Megachile centuncularis), que recolecta materiales para fabricar su nido. Lo hace con tal delicadeza, que no daña el nervio central de la hoja. El único perjuicio que le causa a la planta es estético, porque se parece a un trozo de queso emmental.

La historia de la abeja aserradora me recordó a la del pájaro sastre (Orthotomus sutorius). También le llaman sastrecillo común y es propio del Asia tropical. Teje un nido entre las hojas de los árboles, que le ayudan a camuflar el que será su futuro hogar. Con el pico, hace diminutas puntadas en los laterales de las hojas y, después, las cose entre sí con hilo de tela de araña, láminas finas de césped o fibras vegetales. En ningún momento daña los nervios de las hojas, con lo que no le causa ningún perjuicio al árbol. Verlo en acción es algo muy curioso.

Este verano me he acordado mucho de la abeja aserradora y del pájaro sastre. Quizá porque el ser humano, que presume de ser el animal más inteligente del planeta, parece incapaz de vivir de forma respetuosa con la naturaleza. Y así estamos, con un cambio climático desatado. Olas de calor encadenadas, incendios furibundos hambrientos de miles de hectáreas, inundaciones salvajes capaces de dejar sin casa a millones de personas, terremotos que derriban edificios como si fueran fichas de dominó, y así un largo etcétera. La Tierra nos grita. Nos pide, nos reclama, nos exige ayuda. Si no hacemos nada por remediarlo, viviremos fenómenos meteorológicos dignos de figurar en el Libro Guinness de los récords.

Mientras tanto, millones de personas han sucumbido al poder seductor de la tecnología. Nuestras vidas, nuestro vocabulario, se han visto invadidos por palabras extrañas cuyo significado desconocíamos hasta no hace tanto: pulgadas, bitcoins, pixels, bites, metaverso, etc. La pandemia del Covid-19 ha agravado las cosas. El teletrabajo está de moda y, si bien permite una mejor organización del tiempo, nos separa a unos de otros todavía más. Encerrados en nuestra propia madriguera, mantenemos conversaciones con nuestra gente querida a través de unas redes sociales que no solo no gestionamos, sino que sabemos que nos vigilan para controlarnos. Es tal el asombro que produce esta nueva realidad digital, tan grande la adicción que genera, que parece haberse convertido en la única que existe.

Sin embargo, lo anunciaba la mítica serie Expediente X, la verdad está ahí fuera. Mientras permanecemos distraídos con lo que sucede en el interior de nuestras pantallas, mientras cedemos a la fascinación que provocan mundos inventados, muy lucrosos para algunos, nos olvidamos de cuidar el mundo en el que vivimos. El que nos sostiene. Sin el que nada puede ser. Por fortuna, existen iniciativas encaminadas a reconducir este despropósito, a despertar la conciencia ambiental, la responsabilidad individual y colectiva. Cada persona puede realizar numerosas pequeñas acciones encaminadas a cuidar de nuestro planeta; pequeños gestos que no implican un cambio de vida especial y que, sumados, pueden marcar la diferencia.

En Internet, encontrarás abundante información sobre distintas medidas que puedes tomar para salvar al planeta, así que permíteme centrarme en solo una: ¡tener plantas! Escribí sobre su utilidad y lo hago ahora sobre el cambio interior que provocan. ¡Despiertan la curiosidad! Si les prestas un poco de atención cada día, apreciarás cambios en hojas, tallos y flores, y, además, descubrirás pequeños seres que las habitan o visitan. Observa lo que hacen, cómo se mueven. Con el tiempo, y sin que puedas remediarlo, querrás conocerlos mejor y aprenderás mundos nuevos, lejos de las pantallas, del dichoso metaverso; cerca de la naturaleza. La tuya, no una inventada para ganar dinero.

Dicen que la curiosidad mató al gato. No obstante, en lo que a la naturaleza se refiere, la curiosidad es parte de la solución. Despierta la admiración de nuestro entorno y, con ella, nacen actitudes empáticas hacia el resto de seres vivos con los que compartimos planeta. Si queremos que la vida en la Tierra perdure, necesitamos cuidarla como lo hacen las abejas aserradoras y los pájaros sastre. Con respeto y moderación. Como ves, al final, todo es una cuestión matemática: sumar o restar. Yo elijo sumar vida.

Print Friendly, PDF & Email

Publicado en Compromiso Historia real Naturaleza

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *