
Ayer entró en el vagón del metro un hombre abrazado a una mochila. Sonreía y la apretaba contra él. «La creía perdida», me dijo al agarrarse a la misma barra que yo. Me contó que se la había olvidado debajo de un banco del andén. Viajaba con su mujer y su hija pequeña y se distrajo. Se dio cuenta diez paradas después. Regresó al punto de inicio convencido de que alguien le habría robado la mochila. No fue así: la mujer de la limpieza la encontró y se la dio al jefe de estación. «He tenido mucha suerte», me decía agradecido.
Días antes, presencié otra escena asombrosa. Estaba sumergida en la lectura, cuando unos gritos me alarmaron. «¡Ey!» «¡Oye!». Una mujer le hablaba a otra que estaba a punto de bajarse del tren. «¿Es tuyo este móvil?», le preguntó mostrándoselo. La pasajera se llevó las manos a la cabeza y corrió a recuperarlo. Lo había olvidado en el asiento. Abrazó a la desconocida y le dio las gracias repetidas veces. Casi llora. El resto del pasaje mirábamos a las dos mujeres y sonreíamos.
A lo largo de una vida nos acompañan numerosos objetos. Algunos son muy importantes para nosotros y hacemos lo imposible por preservarlos. La mayoría, sin embargo, solo nos acompañan durante una parte del trayecto. Algunos los perdemos desde temprana edad, empeñados en convertir la calle en un muestrario de chupetes, zapatos, peluches, muñecas, caramelos, globos, guantes. Otros objetos nos son arrebatados por dedos hambrientos de lo ajeno: carteras, teléfonos móviles, bolsos, auriculares. Luego están los que descartamos a conciencia. Han perdido su utilidad; nos aburren, como ese jersey que tienes desde tiempos inmemoriales; no nos gustan, como esa bufanda horripilante que te tejió tu abuela y que le aseguraste que te encantaba.
Cada año se encuentran millones de objetos extraviados en todo el mundo. En España, cien mil. Los más habituales son gafas de sol, carteras, llaves y teléfonos móviles. A veces, también se olvidan cosas valiosas como ordenadores, joyas y relojes. Incluso se encuentran cosas extrañas como dentaduras postizas, ojos de cristal, fiambreras llenas, peluquines, ¡urnas funerarias! Se custodian en almacenes hasta que, en el mejor de los casos, aparecen sus legítimos propietarios. La mayoría de las veces, sin embargo, nadie va a buscarlos y acumulan polvo y olvido.
Si has perdido algo que es importante para ti, puedes intentar recuperarlo en la oficina de objetos perdidos de tu ciudad. El Ayuntamiento de Madrid publica cada mes en el Boletín Oficial una relación de los objetos encontrados. No te duermas, porque el tiempo para ir a buscarlo es limitado: en Madrid dispones de dos años; en Barcelona, de seis meses. Transcurrido este tiempo, la persona que lo ha encontrado puede reclamarlo y quedárselo. Gracias a ella, el objeto tendrá una segunda vida. Pero ¿qué pasa si nadie va en busca del objeto perdido? En Madrid, se recurre a subastas anuales y lo recaudado engrosa las arcas municipales. En 2021 se obtuvieron 50.000,00 € y, en 2022, 72.840,00€.
En Estados Unidos, Uber encuentra tantos objetos olvidados en sus vehículos, que elabora un índice anual de lo más curioso. En él informa de las ciudades que encabezan los descuidos, los objetos más olvidados y las franjas horarias más proclives al despiste. Incluso te dice cuál es el objeto más olvidado según el día de la semana. Los lunes se olvidan gafas, cargadores y tarjeteros. Los miércoles, pasaportes y libros. Los viernes, dinero en efectivo y riñoneras. Mira: Lost & Found Index.
El tema de los objetos perdidos da tanto juego, que hasta el cine se ha hecho eco. La película Objetos, protagonizada por Álvaro Morte, Eugenia Suárez y Verónica Echegui, narra la historia de Mario. Es un empleado de una oficina de objetos perdidos en la que se custodia todo tipo de enseres acumulados durante décadas. Un día, le entregan una maleta con los restos de un bebé. Menudo susto.
Está claro que el ser humano es olvidadizo. Cuida de tus pertenencias más queridas y si, por cualquier motivo, las olvidas en algún lugar, que no cunda el pánico. Existen seres bondadosos que recogen las cosas que se encuentran y, en lugar de quedárselas, las entregan para que su propietario pueda recuperarlas. Podrían mirar hacia otro lado, escudarse en que no tienen tiempo para dedicárselo a un desconocido, pero no: piensan en el prójimo. Es un gesto hermoso; un gesto que suma en la defensa de la alegría. Gracias.
Muy bella historia sobre el mundo de los seres olvidadizos, al cual pertenezco, pero también conmueve que para cada uno de esos episodios de olvido haya gente honesta que entrega el objeto extraviado a su dueño.
¿Verdad que sí? Es hermoso. Gracias, Omar.