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Tras el disfraz

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Spiderman vive en Santa Coloma de Gramenet. Lo he visto con mis propios ojos. Se deja ver dos veces por semana. Pasea, saluda a la gente, juega con los niños y se deja fotografiar. De él se sabe que tiene veinte años, que de niño sufrió bullying y perdió a su padre, y que es auxiliar veterinario. Solo algunos privilegiados conocen la verdadera identidad de quien se oculta tras el disfraz. En sus ratos libres, se enfunda su traje arácnido y sale de casa sin un rumbo fijo, pero con un propósito claro: repartir alegría.

La primera vez que oí hablar de él pensé que se trataba de un loco. Sentí cierto recelo cuando por fin me lo crucé. ¿Quién, en su sano juicio, se pasea disfrazado de superhéroe? Con el tiempo, Spiderman se ha convertido en una pieza esencial del paisaje colomense. Los vecinos le adoran y le saludan en cuanto le ven. Es tal el interés que despierta su figura, que lo han entrevistado varias veces: El Periódico, La Vanguardia, la Agencia Efe, la revista Pronto. Desde hace menos de un año, tiene una cuenta en Instagram.

No está solo. Por lo visto, por el mundo andan sueltos varios Spiderman. Estoy perpleja. Sé que, cuando se estrena alguna de las películas de Marvel protagonizada por el hombre arácnido, algunos espectadores acuden disfrazados de él. Incluso este verano hemos vivido un fenómeno similar: la gente acudía de rosa al cine para ver Barbie.

Pero esto es distinto. Se trata de personas que salen de casa con el traje puesto y con una intención muy definida. En Barcelona, un Spiderman realiza buenas acciones: alimenta a los gatos callejeros, anima a las personas que viven en la calle e, incluso, atrapa a ladrones de teléfonos móviles; en Perú, algunos policías se disfrazan de hombre araña, y de otros súper héroes, en las redadas antidroga; en Argentina, existe Spiderverse, una agrupación de enmascarados que se reúnen de vez en cuando.

Con ocasión de la vigésimo quinta edición del Manga Barcelona constaté la gran afición que existe a disfrazarse. Yo misma acostumbro a celebrar mi cumpleaños disfrazada. Es algo que disfruto muchísimo. Es divertido, entretenido y, sobre todo, alegre. No imagino otra manera de juntarme con mis amigos y celebrar otra vuelta al sol. Sin embargo, jamás se me ha ocurrido pasearme por la calle disfrazada. Creo que me moriría de vergüenza. Es una tontería, lo sé, porque la vergüenza está pasada de moda.

En la actualidad la gente viste como le da la gana. Los cánones de estética han cambiado por completo y se mezclan prendas que antes jamás se habrían considerado compatibles. Hay quien culpa a Rosalía. Lo mismo sucede en el mundo de la peluquería, que transforma las cabezas en terrenos de conquista. Un lado rapado, otro largo y trenzado, otro escalado. Y qué me dices de los colores. Hay quien es un arcoíris andante. Todo ha cambiado tanto que solo se puede hablar de libertad. O de moda anárquica.

En este contexto, no debe sorprender ver a un hombre arácnido en la calle. Menos aun si se trata de un superhéroe con buenas intenciones. Nos hace mucha falta. Necesitamos un ejército de personas altruistas decididas a hacer el bien, a arrancar sonrisas porque sí. Así que, a pesar de mi aracnofobia declarada, desde aquí le doy las gracias al Spiderman colomense. Gracias a él, el mundo es un lugar mejor.

«Un gran poder conlleva una gran responsabilidad», Spiderman.

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Publicado en Historia real

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